domingo, 10 de marzo de 2013

Libertad de expresión

 
 Durante la segunda evaluación, en el área de Educación para la Ciudadanía hemos estado tratando sobre los diversos aspectos de la libertad de expresión. Después, en 3º B y 3º D, hemos escrito un pequeño relato original sobre el tema. En algunos textos se pone de manifiesto la inexcusable relación entre la libertad de expresión y la necesidad y capacidad de comunicación. Al fin y al cabo, palabras. Ahí va una pequeña selección.



Edmun

Edmun se va. Quizás nunca vuelva. Lucha por desprenderse de los corpulentos brazos que lo agarran, en vano. Puede que nuestros días de ladrones de ladrones hayan terminado; puede que los días de Edmun, también. Nuestras miradas se encuentran, y veo durante unos instantes mi vida, como una serie de recuerdos fugaces.
La primera imagen que se me aparece es la de dos niños que tejen nerviosamente unos hilos de colores. La reconozco. Somos Edmun y yo hace unos años, cuando el mayor sustento de la familia era el dinero que ganábamos en la fábrica de alfombras. Segunda visión: la de Madre oscilando entre la vida y la muerte, su voz quebrantada, su último aliento, los gritos de Padre, los brazos de Edmun. La siguiente imagen se presenta como un cuadro, el retrato de un hombre, Padre, que ha intentado llenar el vacío que le dejó su esposa con tardes sumergidas en alcohol, y con unos ojos tan tristes que en ellos se podría leer la historia de cómo se las apañaba para conseguir heroína barata con el dinero de la fábrica de alfombras. Luego, una pradera. Algo increíble y exótico en medio de las tierras áridas de Arabia. Edmun está a mi lado. Silba una preciosa canción. Me siento feliz. Me dedico a recoger las flores escondidas entre la yerba. Encuentro algunas de un color rojo abrasador. De repente, el rojo lo envuelve todo, hasta dejar el escenario de una casa, ¡nuestra casa!, una construcción de escasos metros cuadrados consumida por las llamas. Estoy llorando, al principio no sé por qué, pero luego recuerdo que Padre está en ese infierno. A continuación, estampas más breves que un parpadeo, pero suficientemente largas para acordarme de la vida de delincuentes que empezamos a llevar Edmun y yo, robando pedacitos de pan, garrafas de agua, paños de tela... para sobrevivir. Fueron los años más felices de mi existencia. Hasta hoy.
Vuelvo a la realidad, y de nuevo me encuentro con que están intentando llevar a mi hermano mayor a la cárcel, o algo mucho peor, porque lo han descubierto robando un tarro de mantequilla. Salgo de mi escondite y grito: “¡¡¡No podéis hacer esto!!! ¡¡¡Nadie puede quitarnos la libertad!!!” Alguien por detrás exige que cierre la boca, y me golpea en el costado. Es verdad, no me acordaba de que ni siquiera tengo derecho a decir lo que pienso. Pero eso no es lo que más me preocupa. Edmun se va. Quizás nunca vuelva.

Alba Matilla Iglesias
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Debate

Llegamos a clase y la profesora nos tiene preparado un debate en el que hay que dar nuestra opinión sobre la música actual. Cómo no, cada uno tiene diferente opinión. La mayoría de la clase se decanta por el pop y el reggaeton, y luego una minoría preferimos el rock o el heavy metal. Empezamos el debate. La primera en hablar fue una chica a la que le gusta Justin Bieber.

-A mí, el heavy o el rock no me parecen música, la mayoría de canciones si es que se les puede llamar canciones, son gritos y en ellas no se entiende nada.
Uno de los heavies habló:
-El heavy es música, expresa sentimientos, y si tu no entiendes las letras es porque eres cortita.¡ Justin Bieber, eso sí que no es música! Ese niñato, que con dieciséis años es un creído, y claro, como papi y mami se lo pagan todo y lo tienen entre algodones… Por otra parte, el reggaeton, tampoco se puede considerar música, sólo habla de sexo, todo el rato, así estáis.
-Y el heavy sólo habla de Satán, cosas sangrientas y zombies.
-Se ve que tú nunca has escuchado heavy y que tampoco eres muy lista.
-Ni lo he escuchado, ni lo escucho, ni lo escucharé.
-Peor para ti. Así acabarás a los dieciséis, perreando por las discotecas. Luego te hará alguno un bombo y dejarás los estudios.
-Yo, por lo menos, seguiré viva. Tú, seguramente te suicides escuchando esa ``música´´ satánica.
-El heavy no se basa en lo satánico, más bien se basa en la tristeza, en el amor…
Y sonó el timbre  y la clase se acabó, y cada pandilla se fue por su lado.
Ainara Martín Pérez

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El Muro

 1997. Miro a mí alrededor y no encuentro más que destrucción. Casas, que si antes suponían un lugar de cobijo para nuestra gente, ahora no son más que escombros. Me siento sólo, desprotegido, padre y madre ya no están. Todos los días rezo una oración por ellos, y sé que en alguna parte, ellos permanecen ahí, apoyándome. Cuando pienso en nuestra situación me dan ganas de vomitar, de llorar desconsoladamente y hundirme en la miseria, ¡pero esta vez no, no! He aprendido que a padre no le sirvió de nada. Hoy me he dirigido al muro, a realizar mi tarea cotidiana (arrojar piedras a los israelitas), pero ha pasado algo diferente. Fue entonces cuando una sensación extraña rozó mi cuerpo, y fue en ese mismo instante cuando…
1997. Miro a mí alrededor. Me levanto y veo a madre, tan guapa como siempre, que me prepara el desayuno para el agotador día que me espera. Salía de tenis cuando una idea absurda pero interesante surcó mi mente. El muro. Padre me tiene terminantemente prohibido acercarme a él pero hoy no esta aquí, así que... De repente una sensación extraña rozó mi cuerpo y comencé a oír una voz:
   -¿Por qué nos hacéis esto?
   -¿Haceros?- contesté yo.
    -Sufrir día a día.
Guillermo Rad García

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El Libro

213 a.c Reinado de Quin Shi Huang, China.
Me llevo la mano a la cara, al mismo sitio donde me golpeó el guarda, y me trago un quejido. ''Habla o te daré otra'', me dice amenazador a la vez que se remanga, ''no escondo ningún libro'', miento, firmar mi propia muerte no es algo de lo que tenga muchas ganas. ''Sabemos que sí, las paredes oyen'', me recuerda, ''y ven'', puntualiza el otro guardia mientras revuelve entre mis cosas. Imposible, he sido muy cauteloso. Sólo me presionan para que hable. ''Necio y tozudo como tu padre'', me recriminaba mi madre, ''Los dos, defensores de causas perdidas, acabaréis mal, muy mal'', decía resignada. En parte acertó. Mi padre guardaba dos libros en casa, algo castigado con la pena de muerte. A mi madre y a mí no nos dijo nada, cuanto menos supiéramos mejor. Uno de los dos guardias cogió mi silla, a la que no estaba atado, y la estrelló contra mi cabeza. Un hilo de sangre, fino y frío como el hielo se deslizó por mi frente. Se equivocan si creen que voy a hablar, mi causa vale más, mucho más. Quizá sea un defensor de causas perdidas como decía mi madre, pero cuando creo en algo lo defiendo, a costa de cualquier cosa. Como ven que no hablo continúan rebuscando en la sala principal, la única que no han dejado patas arriba, aún. Les deseo suerte. He llenado la estancia de escondrijos, llenos de baratijas y pan, cuando se cansen de encontrarlos y se den por vencidos se irán, o eso quiero creer.
Mi padre logró ocultar dos libros durante seis años. Hasta que un día encontraron uno de ellos. Mis padres fueron puestos ante la ''justicia'' y sometidos a pena de muerte. Madre sabía que padre acabaría mal, pero no pensó que la arrastraría a ella también. Poco antes de morir mi padre dio instrucciones para que el segundo libro, el que aún seguía oculto, llegara hasta mí. La gente teme a la ley pero mi padre era un buen hombre que defendía sus principios y no merecía la muerte, todos lo sabían. Tiempo después el libro llegó a mis manos, y con él, la noticia sobre el paradero de mis padres. Protegeré este libro con mi vida, tengo valentía para mentir a la cara y la dosis justa de locura para ocultar un libro. Los guardias encienden el fuego y empiezan a quemar mis cosas, una por una. Pero no me intimida. Han revisado todo a fondo, sin éxito. Se dirigen hacia mí, y no sé si por rabia o frustración, pero me dan una paliza que me deja tendido en el suelo, sangrando, con un brazo inmóvil y el labio partido, observando cómo de un portazo los guardias se van y se funden con la noche. Me quedo solo, junto al fuego. Me incorporo un poco y me río. Al principio es una risa nerviosa, ahora roza la demencia. ''Los he engañado'', pienso, y reanudo mi risa. Mis padres viven en la capital. Mi padre jamás ha tocado un libro, y mucho menos yo que sólo le cubro las espaldas a mi primo, a quien le he robado la identidad por un día ¡Qué duro es luchar por tus ideales! ¡Qué mezquina es la gente que reniega del saber! ¡Pues, aunque yo no sé leer, bien me hubiera gustado aprender! Me incorporo del todo y, cojeando, tiendo mi futón en el suelo y me acuesto pensando que he hecho bien defendiendo lo correcto y apenándome por aquellos que están ciegos y no lo saben ver.

Ana Santos Núñéz


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