sábado, 27 de diciembre de 2014

¡¡FELICES FIESTAS!!

Con el árbol que la AMPA de nuestro centro ha preparado tan cuidadosamente, os deseamos que seáis muy felices en esta fiestas navideñas ...


martes, 16 de diciembre de 2014

Se acerca la Navidad...

Y en el terreno literario no hay obra más famosa asociada a estas fechas que el famoso Cuento de Navidad que Charles Dickens publicó en diciembre de 1843.

Pese a su título, se trata de una novela corta que nos permite comprobar que los autores clásicos conservan su actualidad porque tratan como temas literarios los sentimientos más perennes en los seres humanos y porque, desgraciadamente, la Historia se repite y salta hacia atrás en muchos momentos, como parece hacer en el actual.

Para que podamos apreciar hasta qué punto un/a artista  es capaz de provocar un cambio de mentalidad en la gente e influir sobre ella os animamos ver este vídeo introductorio sobre esta joya literaria. 


Y aquí podéis ver una versión cinematográfica de 1971, que además obtuvo un Óscar. 



Por último para quienes os atreváis a leer el original, os dejamos este enlace con la seguridad de que ¡¡No os arrepentiréis!!




sábado, 13 de diciembre de 2014

Análisis de la película "Barbarians" del Festival de Cine de Gijón


El alumnado de 1º de Bachillerato asistió el pasado 28 de noviembre, como viene siendo habitual desde hace años, al Festival Internacional de Cine de Gijón, en la sección Enfants terribles. En este caso, la proyección tuvo lugar en la Casa de Cultura de Avilés, en donde se produjeron varios cortes por problemas técnicos durante la misma, lo que ocasionó que terminara más tarde de lo previsto, impidiendo a los presentes mantener un coloquio con el director del largometraje, Ivan Ikic, que tenía que volar hacia Serbia al finalizar, pero al que tuvimos el honor de conocer cuando se presentó amablemente antes de dar comienzo la película, 

En clase de Lengua, comentamos y reflexionamos sobre el contenido de este largometraje, Barbarians, y el grupo de 1ºD pudo, así, realizar su personal análisis. Éstos son algunos de los textos de carácter argumentativo que escribieron:



La película Barbarians, estrenada en el año 2014 y dirigida por el director serbio Ivan Ikic, narra la historia de un adolescente de diecisiete años llamado Luka. Luka es serbio y forma parte del grupo de aficionados ultras del equipo de fútbol de su ciudad. Sin embargo, él es distinto a los demás miembros de este grupo. El contexto de esta película es Serbia nueve años después de la guerra de Kosovo (territorio que quería independizarse de Serbia, en contra de su voluntad general).
En mi opinión, la diferencia entre Luka y los demás jóvenes del violento grupo es que, aunque no sea capaz de darse cuenta, es demasiado inteligente y racional para obrar con la violencia y estupidez que caracteriza al conjunto. Aun así, al llevar desde temprana edad observando este tipo de conductas, las toma como normales, aunque en el fondo para él no tengan sentido. Incluso él en reiteradas ocasiones actúa de ese modo al ser arrastrado por el grupo. Su situación familiar es otra de las principales causas de su estado. Su padre abandonó a su madre, dejándola con sus hijos, hecho que ella oculta a Luka diciéndole que desapareció en la guerra. La mentalidad diferente de Luka queda patente en muchas partes de la película. Por ejemplo, uno de sus amigos durante un partido tira una piedra a un jugador de su propio equipo, por el simple hecho de ser negro, haciendo gala de lo poco que le importan el equipo y el deporte. Simplemente, lo agrede por diversión, y esto no entra en la cabeza de Luka. Cuando el grupo va, en teoría, a una manifestación contra la independencia de Kosovo, los demás jóvenes aprovechan el caos para robar zapatillas y ropa, mientras que Luka es el único que de verdad está interesado en la verdadera manifestación y sus motivos, y sale a manifestarse en solitario. Sin embargo, cuando el resto del grupo le propina una brutal paliza, Luka decide aceptar el castigo y volver con ellos.
Éste es el final de la película, que nos hace reflexionar sobre los valores de un grupo, la confianza que éste te da y la influencia que tiene éste sobre sus miembros.
                                            
                           Mateo Arellano Jiménez





Luka es un joven serbio que crece en un ambiente familiar destruido; su padre ha desaparecido y su madre es una completa irresponsable. Mientras, el país sufre el proceso de independencia de Kosovo, a la que muchos manifestantes acuden a quejarse por ello. Todo eso hace que nuestro protagonista esté situado en un ambiente violento, con amigos de lo más radicales y amantes del fútbol. Una serie de sucesos negativos cometidos por Lucka hacen que le echen del equipo. Pero no todo es pesimista, el protagonista es diferente, diferente a sus compañeros. La desaparición de su padre ha creado un sentimiento de cólera y un atisbo de esperanza crece en su interior. Sumado al amor hacia su “chica perfecta”, hace que Luka recapacite en muchos instantes y comprenda, por fin, que la efectividad del asunto no es la lucha, sino la acción de manifestarse directamente. Asimismo, el carácter documentalista de la visión de la guerra de Kosovo a través de un adolescente, crea una interesante trama que hace reflexionar sobre el cariño de los seres queridos, el racismo, la amistad y la brutalidad que existe en todo el mundo. Se nota, pues, cómo el autor quiere reflejar este tipo de ambientes y entornos conflictivos y bélicos, de manera muy gráfica y efectiva. 
                                                    
                                            Guillermo Rad García




        La película Barbarians, dirigida por el director serbio Ivan Ikic, se desarrolla en Kosovo en 2008, años después de la guerra civil por la disgregación del mismo de Serbia. Su pertenencia al séptimo arte nos hará ver una historia detrás de la cual existe una crítica o denuncia por parte del creador simultáneamente.
         Para comprender el largometraje, después de habernos situado, se deben analizar las escenas que, aparentemente, no tienen ninguna relación en el conjunto del argumento, si bien los cortes accidentales de la reproducción pueden dificultarlo. La película muestra cómo el protagonista se mete en multitud de problemas, llegando, incluso, al juzgado, por diversas razones: racismo, amor, pertenecia a un grupo de “hooligans” violentos…    
         En definitiva, su vida es muy triste, ya que, incluso, carece de afecto familiar. Sin embargo, hay algo que lo distingue de su grupo, y es que él se plantea por qué hace esas cosas, lo que deja entrever un poco más de cordura que el resto. Llegado el caso, hará todo lo posible para conocer a su padre, pero al descubrir el mínimo interés de éste por su familia, decide regresar a sus costumbres usuales, siendo el final de la película un final abierto.
         Se trata de un largometraje puramente narrativo, donde el cámara se limita a grabar a los personajes en determinados lugares, por lo que carece de efectos especiales o trabajo con ordenadores. Es una historia difícil de entender, al principio no veía relación alguna, y fue necesaria la explicación de un tercero para atar cabos y comprender el comportamiento del personaje. El idioma serbio de la película tampoco ayudaba, aun con subtítulos, así como los parones producidos por fallos del proyector. Sin embargo se trata de una película diferente y poco comercial, que tiene por objeto criticar en lugar de narrar. 
                                    
                          Daniel Peláez Sánchez



            
La película Barbarians, producida en 2014, es el primer largometraje dirigido por Ivan Ikic. Éste sólo había hecho documentales hasta entonces. Ha sido presentada en el Festival de Cine de Gijón en la sección “Enfants terribles”.             
Barbarians es una película ambientada en 2008 en medio del proceso para la independencia de Kosovo. El protagonista, Luka, es un adolescente de 17 años que vive con su irresponsable madre, ya que no se hace cargo de las tareas domésticas, de sus hijos, etc. Esta madre le cuenta a su hijo que su padre murió en la guerra de Kosovo cuando, en realidad, se fue con otra mujer. El protagonista forma parte de un grupo violento que frecuenta los partidos de fútbol de un equipo local. Luka se enamora de la novia de uno de los jugadores y no es correspondido y, como venganza, estrella la moto del jugador y a éste le rompe una pierna con el coche. Estando en libertad condicional, decide salir a buscar a su padre, con el que se lleva una gran desilusión. Al final, todos van al centro de la ciudad de Belgrado para destruirlo y manifestarse en contra de la independencia de su país.          
Este largometraje analiza la vida de algunos adolescentes de hoy en día a través del cine. Es una película muy realista y, según la escasa información encontrada, los actores no son profesionales. Es un retrato de la violencia juvenil moderna.           
Barbarians, en sí, me ha gustado porque da una visión muy crítica de lo que realmente está pasando en muchos lugares del mundo, y el director quiere hacernos reflexionar con ello y que, también, tengamos una visión de las distintas ideologías de las personas. Las chicas en la película se visten muy provocativas y actúan como no deberían hacerlo y los hombres se mueven exclusivamente por y para la violencia. El ambiente de la ciudad que se observa con fábricas abandonadas, ese aspecto de decadencia, ayuda a comprender la situación que se está viviendo en ese momento, cuando la sociedad ya ha perdido sus valores morales.
                                           Claudia Prendes Álvarez

jueves, 11 de diciembre de 2014

Última entrega

Y, para finalizar, aquí publicamos el trabajo ganador de la Categoría B de nuestro Concurso Literario. Como podéis comprobar se trata de una original colección de poemas titulada.

Versos bañados en sentimientos.

Tristeza
Tan solo son versos,
que se derraman con las lágrimas,
quese quedan junto a los acordes de cada canción,
en las sábanas buscando recuerdos,
en cada esquina de mi habitación,
en estas cuatro paredes,
testigos de tanto amor,
versos que se ahogan en la tinta,
perdiendo toda la rima,
perdiendo todo el dolor causado,
que se han convertido en letras,
que se han convertido en palabras,
queni siquiera siguen el ritmo de la canción,
ni se meten debajo de mi colchón,
tan solo son versos rotos.

Añoranza
Espero que el sol alumbre más,
quede verdad existan los ángeles,
que los problemas hayan quedado aquí abajo,
espero que allí no exista la sensación de echar de menos,
que las lágrimas no caigan,
y ojalá que allí te cuiden,
y ojalá estés con ella,
y recuerda le que es el amor,
que a veces me gustaría subir y decirle lo mucho que la echo de menos,
espero que tú se lo digas,
ahora toca echaros de menos,
pero desde aquí abajo se os quiere mucho,
por poco que lo diga,
que estos versos queden escritos en las nubes,
y que el sol os recuerde, abuelo, abuela, que en mi corazón os quedáis,
para siempre.

Admiración
Era como esa canción que suena en el momento correcto,
como un abrazo cuando estás a punto de llorar,
como esos días de lluvia en los que oyes las gotas desde tu cama,
como una caricia en la espalda,
como levantarse y volverse a dormir,
como un te quiero sin venir a cuento,
como cuando la gente te mira y sonríe,
como oler tu colonia preferida,
como sentir el viento en tu cara mientras caminas por la playa,
como el comienzo del verano,
como mitad de diciembre,
como que te protejan del frío,
él era como el final de tu libro preferido,
que nunca te cansas de leerlo,
que nunca me cansé de sentirte.

Olvido
Tampoco te pido que vengas  aquí a prometer amor eterno,
ni a que no termines en sus brazos,
(cuando antes eran los míos)
ni a que lo hagas cada noche sobre su cama,
(ojalá volvieras a la mía)
ni a que termines con este amor,
(y por favor, hagas más corto el olvido)
ni a que recuerdes cada caricia, cada escalofrío, que provocaba mi
mano, por tu cuerpo,
(y que volvamos a repetirlo)
ni a que lamentes el habernos perdido,
(y mi alma lamenta que haya sucedido)
pero si te pido que este sea el último dolor que me causas,
(y estos los últimos versos que te escribo).

Alegría
¡Cómo no se va a ver los amaneceres preciosos teniéndote al lado!,
como voy a dejar de ver las estrellas teniéndote al otro lado,
como no voy a escribir mil versos pudiendo pensarte,
¡Y cómo no va a haber rima chico!, si tu risa causa todas mis sonrisas,
como no voy a soñarte si conviertes mis pensamientos en realidades.
Ni estás roto como Roma,
Y eres más bello que París,
ya no me hundo como Venecia,
Entonces dime, ¡quién no iba a escribirte a ti!,
Si mis noches son de soñarte,
Y mis días para escribirte versos así,

Impotencia.
Podré escribir los versos más vacíos en la oscura noche,
rezarle a las estrellas que me dejes ser tu amado,
que dejen de estar tan bellas,
si ella no está a mi lado.
Puede que la quiera, quizás la ame,
pero la noche está vacía,
como mi alma, como tú con nuestros percances.
Que más da que la noche esté bonita,
y que se aproxime un bello alba,
si ella ya se ha ido,
si no volverá a mis sábanas,
la noche es inmensa,
los versos recorren el rocío,
y no volverá ella, me acostumbré al olvido.
Y le juro a las estrellas, que su risa ya no resuena en mis oídos,
que en las noches oscuras como esta, quizás la recuerdo,
veo su boca, su cuerpo, sus ojos de caos perdido,
y mientras la tinta gotea,
escribo los versos que nunca le he dicho.

Miedo
En la esquina de mi diario escribí tu nombre,
y debajo unos versos,
describiendo tu sonrisa,
y antes de cerrar los ojos hablé de tus besos,
porque estos días eran nuestros.
En el margen de la página hablé del invierno,
porque era nuestra estación,
porque ahí comenzó nuestro tiempo,
porque gracias a tí el frío no heló mi corazón.
En la nota de la nevera escribí sobre las despedidas,
porque te habías ido con diciembre,
y me dejabas sola con los colores de marzo,
porque nuestro final fue un fracaso.
En un papel sucio escribí mil versos,
que trataban sobre el miedo,
porque eso es lo que sentía al pensarte,
porque no dormía para no soñarte,
por echar de menos hasta tus días bordes,
por no saber olvidarte.

En la esquina de detrás de la puerta decidí escribirte,
para no dejar todo dentro,
para recordarte que rompiste las promesas,
pero más a mí,
y nunca borré los versos de la puerta,
porque aunque te fuiste con el frío,
y jamás volví a soñarte,
seguía escribiéndote en la esquina del diario,
y no se borraran hasta qué deje de pensarte.

Inseguridad
Miro hacia atrás, cierro los ojos.
No veo nada.
Miro hacia delante.
Vacío.
Tan vacía como me siento yo ahora por dentro.
Todas mis pesadillas están recogidas en lo que ves delante de tu propio
reflejo.
Estúpida.
Todos mis deseos dependen del número que marque la báscula.
Gorda.
Y ahora quién me salva, quién me cuida, quién me consuela, ¿qué me
queda?
Nada.
Absolutamente nada.
Y entonces es cuando el frío roza tu cuerpo, cierras los ojos, y miras
hacia el cielo.
y te das cuenta de que la gente está equivocada; no hace falta agua para
sentir que te ahogas.

Autora: Gloria Gutiérrez Álvarez  3º D  ESO

lunes, 8 de diciembre de 2014

Premios ESO

Poco a poco, como vamos en todo este curso, publicamos ahora los relatos premiados el curso anterior en la categoría A de 1º y 2º de ESO de nuestro Concurso Literario:

PRIMER PREMIO

TAN SÓLO PRETENDO

Hola, mi nombre es Jessica y vivo en el pequeño pueblo de Ravensville en Inglaterra, es un lugar poco conocido, pero eso no tiene importancia. Ya sé que lo que les voy a contar les sonará un poco raro, pero ese es el motivo por el que estoy escribiendo esto en este conocido foro de Internet. A mí este suceso me preocupa y me sorprende bastante, por favor difundan mi mensaje, no puedo dormir tranquila por las noches, no sé qué es lo que está pasando pero… muy a mi pesar, no parece nada bueno.
Todo empezó el 12 de octubre, era una mañana sombría y lluviosa, había desaparecido un chico unos días atrás y la policía comenzó a buscarlo. Tras varios días, encontraron una supuesta nota suya en un bosque poco explorado de la zona, el Bosque de Darkswood, es un tenebroso y oscuro lugar, pero eso es irrelevante. Lo más extraño es que, la policía envió a todos los buzones locales, incluido el mío, una copia de la supuesta carta  con un mensaje en el que pedían que si lo encontrábamos les avisáramos. Les  adjunto el archivo, todo este tema me da muy mala espina:

                                         ARCHIVO POLICIAL
A quien corresponda:

Con esta carta no pretendo que me ayuden, pues cuando encuentren esto por desgracia yo ya estaré muerto, tampoco pretendo asustarles, ni mucho menos, tan sólo pretendo prevenirles para que no les suceda lo mismo que a mí.
Me presento, mi nombre es James Hudson, tengo veinte años, y estoy a punto de terminar la carrera de filología, o al menos lo estaba, pues aunque sobreviva tendría que repetir el último curso,  pues he faltado a las clases de los últimos tres meses, por un suceso que me ocurrió en esa misma fecha. Yo regresaba de casa de un amigo a las tres de la mañana, era una noche de luna llena. La calle estaba desierta como os podéis imaginar, algo que no me resultaba agradable. Por suerte delante de mí  iba un adulto de avanzada edad, caminando tranquilamente por las oscuras calles de Ravensville, hasta que ocurrió… una oscura y corpulenta silueta salió de entre la niebla, era demasiado grande para ser de un humano, tapó la boca a aquel pobre hombre y se lo llevó a furtivamente, a una velocidad de vértigo. Yo les empecé a seguir por oscuros callejones que nunca había visto antes y, cuando conseguí alcanzarlos, sólo me dio tiempo a ver un horrible charco de sangre y aquella oscura silueta que se alejaba galopando a cuatro patas. En el momento me sorprendió y me quedé paralizado, estuve mucho tiempo en la misma posición, pensando, asimilando lo que acababa de ocurrir, observando el terrible charco de sangre que aún permanecía en el suelo, notando el olor a putrefacción que dejo aquel extraño ser y  lo que quedaba del pobre hombre.
Durante unas semanas intenté abstraerme de ese recuerdo y engañarme pensando que sólo fue un asesinato, que no era nada extraño, y que dadas las circunstancias en las que estaba yo aquella noche,  que me había tomado unas copas de más, igual lo confundí, o aluciné, pero no fue así. Hace unos meses, salió en el periódico la desaparición de este hombre y los detalles que en aquel momento se conocían. Tras ese terrible suceso, empecé a investigar, busqué diferentes casos parecidos al ocurrido,  dejé de ir a la universidad, apenas comía, ni siquiera recuerdo la última noche que dormí con normalidad, me quedaba en casa sin salir, conectado al ordenador, sin movimiento alguno, con una simple bolsa de patatas rancias a mi lado, mirando en páginas y descargando archivos, cualquier cosa que me llevase a conocer más sobre aquel extraño ente. Mi investigación y el mapa sobre avistamientos cercanos que hice de mi puño y letra me condujeron a un lugar al que nunca hubiera querido ir, el sombrío Bosque de Darkswood. Recordé las numerosas desapariciones, los sonidos extraños y los sucesos paranormales que acontecían en ese bosque, también recordé que ni siquiera la policía se atrevía a adentrarse allí, porque era un lugar muy  peligroso, y nadie sabía lo que podía ocurrir. Ahí me encontraba yo, en ese lugar en el que los pocos que entraron no han vuelto a salir, y ¿estaba dispuesto a jugarme la vida por una simple investigación?, -me dije-. Cuando me quise dar cuenta ya estaba dentro, y había cruzado la frontera que separa la vida, de la muerte. Comencé a caminar, a cada paso que daba me iba asustando aún más, pues apenas se veía, las copas de los árboles eran demasiado altas y frondosas, y entonces apareció… aquella aterradora silueta que me había atormentado todas las noches durante los tres últimos meses… ¡tres jodidos meses! Su cuerpo peludo lleno de sangre con aquellos dientes terribles y afilados, como pequeños cuchillos, esos ojos rojos como de reptil, lo tenía delante, la misma representación de mi miedo estaba ante mis ojos. Debajo de él divisé al hombre de la otra noche, o lo que quedaba de él, estaba desgarrado, con la cara casi irreconocible, no tenía ojos, y su chaqueta estaba ensangrentada… era, era, era lo peor que había observado en toda mi vida. No quiero darles más detalles, pues no quiero dejarles un trauma. Corrí lo más rápido que pude, pero aquel ser odioso, me reconoció y me siguió dando tumbos, gruñendo, el suelo temblaba a cada trote, empecé a ver más seres horrendos aproximándose, en ese instante yo deseaba morir lo antes posible, mi rostro se iluminó cuando a lo lejos divisé una cabaña desabitada, entré y cerré la puerta, saqué de mi mochila un lápiz y un papel, y comencé a escribir esto. No sé siquiera si alguien logrará encontrar esta nota, pero si lo hace quiero dar gracias a Dios por dejarme disfrutar de la vida que he tenido hasta ahora, a mi madre, por haberme querido y cuidado, quiero pedir perdón a mis amigos y a mi familia por no haber dado señales de vida en estos tres meses. Por favor, si estáis leyendo esto ¡hacedme caso joder! Tan sólo pretendo preveniros y evitar que os pase lo que a mí, nunca salgáis a la calle después de media noche si hay luna llena, encerraos en vuestras casas y rezad todo lo que sepáis, pues no os creáis que por estar en casa os  salvaréis, porque ellos ya están forzando mi puerta , esto es lo ultimo que puedo escribir, su pútrido olor ya se filtra dentro de la cabaña, acaban de abrir la puerta, están entrando, esto es lo más terrible que puede pasarle a un ser humano, por favor !difunde mi palabra!


                                                                                      J. Hudson

Carta encontrada al lado de un charco de sangre a las afueras de Ravensville, en el Bosque de Darkswood. Por favor, si alguien conoce el paradero de este chico que avise rápidamente a la policía, su familia sigue buscando su cuerpo. 

Autor: Martín Rotella Fernández- 1ºC



SEGUNDO PREMIO

EL PAÍS DE LOS LIBROS PROHIBIDOS

  Si tuviera que definir mi vida con una sola palabra, diría “aburrimiento”. En mi vida no hay acción, no hay entretenimiento, a no ser que quieras que te maten, es mejor vivir así.
  Cuando nací, la vida ya era de esta manera, la gente crecía, intentaba sobrevivir durante 14 años para poder empezar a trabajar, a dejar atrás la infancia. Hasta entonces, haces lo posible para volverte invisible, para que nadie te vea, para que, con el tiempo, éste deje de afectarte, y puedas dormir hasta morirte. Yo no tengo esa suerte. Lo peor que te puede pasar en mi mundo es ser hiperactiva, padecer déficit de atención, y ser incapaz de estarte quieta un solo instante. Mi madre hizo lo posible para quitarme mi manía de ir corriendo de un lado a otro, así que hizo lo único que se le ocurrió: comenzó a contarme historias. Yo estaba fascinada con las palabras que surgían de sus labios. Me encantaba como sus ojos oscuros dejaban un momento de ser agujeros negros para convertirse en unas luces que me alegraban el día. Me contaba cuentos de princesas en apuros, que con el tiempo se convirtieron en historias de amor, en novelas de terror y misterio, en libros sin hojas que narraban historias fantásticas. Pero terminó, mi madre fue una mañana a trabajar, y nunca más volvió. Pensé que se retrasaba, así que esperé, y esperé, hasta que un hombre de tez blanca y ojos viles vino a recogerme, y, con toda su asquerosidad, escupió unas palabras horrendas.
-Tú madre está muerta, ahora vete.
  Sin más, no volví a ver a mi madre, mi vida se desmoronó, mi mundo se vino abajo. Busqué un nuevo hogar, entre mis lágrimas amargas que recorrían mis mejillas tiznadas de ceniza. Nadie parecía quererme. Mi propia familia me repudió, porque, como ya he dicho, mi hiperactividad solo les traería problemas. Un día me encogí en una caja de cartón, esperando que la muerte me viniese a recoger. En su lugar, vino a mí un ángel. Una mujer delgada, fina como una cierva, me miró con sus ojos verdes como el océano.
-Hola. ¿Cómo te llamas?
  Me recogí las lágrimas de los ojos grises, intentando centrarme en ella, porque era una mujer realmente hermosa, de pelo rojo y rizado y ojos verdes y bondadosos. Pensé que responder era la mejor opción.
-Me llamo Selena.
-Bonito nombre. Yo soy Olivia, vivo aquí enfrente. ¿Dónde está tu mamá, cielo?
-Mi mamá subió al cielo, señorita.
-Ya veo. Venga, levanta. Una niña tan guapa no puede vivir así.
Me recogió y me metió en su casa, cubriéndome con una manta de lana.
-¡Anaíd, trae ropa limpia, rápido!
  Una niña delgada se acercó corriendo con una mochilita. Tenía el pelo negro y ojos verdes y resplandecientes. Su piel era blanca, como el papel, y su nariz respingona estaba salpicada por algunas pecas.
  La ropa era cálida, aunque no demasiado excéntrica, solo unos legins apretados que me oprimían la cadera y una camiseta larga azul, con un chaquetón por encima. La niña me limpió el pelo color miel, porque después de tanto tiempo de un lado para otro, parecía un nido de pájaros. Olivia me preparó un té, cosa rara, porque con mi edad de trece años, normalmente tomar un vasito de leche ya era todo un paso adelante. Me dedicó una sonrisa dulce, aunque yo prestaba atención a la casa. Era como una mansión, muy grande, de paredes de madera. 
-Bien Selena, ¿qué hacías fuera sola, no tienes más familia?
  Me intenté hundir en el sillón, porque si les decía lo de mí hiperactividad, me echarían con una mueca de asco. Pero decidí arriesgarme, porque esos dos pares de ojos verdes me resultaban tranquilizadores. Comencé con la historia de que mi madre me contaba cuentos, aunque fuese ilegal, porque mi hiperactividad podía darme problemas para el futuro. Les conté cómo el hombre pálido se había acercado y me había comunicado su muerte, cómo había ido en busca de mi familia, que me había expulsado de su mundo como si fuese una plaga peligrosa. Olivia y Anaíd no dijeron nada hasta que tomé aire y bajé la cabeza, entre sollozos, preparándome para cuando me despojasen de la ropa y me tirasen al pavimento empapado del exterior. Pero, en su lugar, noté como unos brazos cálidos me rodeaban, dándome un abrazo. Al abrir los ojos, solo pude apreciar una maraña rizada y pelirroja. Olivia me susurró unas palabras de ánimo, aunque yo solo podía oler su champú de limón. Anaíd me observaba desde detrás de Olivia, sonriendo compasivamente.
-Mamá, le prepararé una cama. Y le buscaré algo de ropa.
  Olivia (que debía ser su madre), se apartó y me quitó las lágrimas de las mejillas.
-Bien. Gracias, Anaíd.
  Aquel día encontré a mi nueva familia. Anaíd y yo nos hicimos inseparables, como hermanas, y Olivia fue una segunda medre para mí, aunque yo jamás olvidé el pelo carey y los ojos oscuros de mi verdadera madre. La vida en sí no cambió mucho, seguía siendo extremadamente aburrida, pero compartirla con una chica de mi edad me reconfortaba. Anaíd era más tranquila, y se estresaba con poca cosa, cuando sus mejillas empezaban a ponérsele rojas, como un volcán a punto de explotar. Normalmente, nos sentábamos en el tejado y veíamos pasar las nubes, intentando adivinar a que se parecían. Era algo aburrido, pero servía para matar el tiempo. Una mañana soleada y sin nubes, Anaíd y yo nos tumbamos mirando al cielo.
-Selena, ¿por qué la vida será así? Tan monótona. Alguna razón habrá. Digo yo.
-Mi madre me contó una historia sobre eso. Hace mucho tiempo, había un rey, que vivía feliz con su esposa y sus cuatro hijos, tres mujeres y un varón, que aseguraban su descendencia. La reina era una amante de la lectura, la primera hija amaba la danza, la segunda cantaba como un ruiseñor, la tercera dibujaba con un arte impresionante, y el varón era muy juguetón. Una tarde, el niño decidió ir en busca de aventuras, pero en uno de sus juegos al tratar de perseguir a los pájaros, se olvidó de que no podía volar, y se internó en  el bosque, donde un oso lo devoró. La reina se ensombreció tras la muerte de su hijo, así que pensó que sus lecturas se lo devolverían. Consiguió la mayor colección de libros jamás conocida, y la escondió en su palacio, en una sala donde solo ella podía entrar. La segunda de las hijas y la tercera, aquellas que cantaban y dibujaban, salieron a dar un paseo por el prado antiguo, para alejarse de la lectura de su madre. La primera decidió cantar, pero en un descuido cayó a un pozo, en el cual cayó también su hermana, en un burdo intento de rescatarla. Así fue cómo las dos siguientes hijas se fueron de su lado. La mayor se mantuvo durante mucho tiempo, pero la locura de la reina le pudo, así que se suicidó, ahorcándose con la tiara de sus propias zapatillas de baile. A esas alturas, la reina y el rey ya no podían más. La monarca desaparecía cada poco, con libros en sus manos que leía con pasión en sus paseos. Pero de uno no volvió, pues, al caer uno de sus libros, ella trató de cogerlo, resbaló y se desnucó. El rey, preso de la locura, escribió en su lecho de muerte una ley: prohibió las artes que habían matado a su familia: la danza, el canto, el dibujo, el juego y la diversión y, ya a punto de desfallecer, la lectura, condenando al reino a una monotonía eterna que solo él podría romper.
  Anaíd, que había prestado atención a mi relato, asintió y frunció el ceño.
-Pues ya le vale a ese rey, ¿no? Porque vivía en una familia de torpes ya tiene que venir a jorobarnos nuestra vida.
  Tuve que contenerme para no partirme la caja de la risa, porque Anaíd podía ser muy graciosa si se lo proponía.
-¡Chicas, a comer!
  Olivia ya estaba sentada en la mesa de caoba, con una cucharada de sopa a medio camino de la boca. La saludamos con discreción y nos sentamos. La sopa estaba congelada, cosa rara, porque Olivia cocinaba muy bien. Se le veía muy nerviosa, porque no dejaba de temblar, y los fideos se le caían de la cuchara.
-Olivia, ¿estás bien?
-¿Qué? Sí. Es que he estado haciendo limpieza y he encontrado esto dentro de un cajón. Podéis quedároslo.
  Nos tiró una bonita llave de madera bañada en algo brillante parecido a la plata, solo que con alguna tonalidad dorada. Anaíd frunció el ceño al verla y me la pasó, haciendo un gesto con la mano para que me la quedase. Ella y Olivia ya tenían amuletos de sobra. Olivia siempre llevaba colgado del cuello un anj, el símbolo egipcio de la vida, y Anaíd tenía una piedra azulada con forma de pluma atada en el cuello. Me acoplé la llave a mi propia cadena de oro, que había pertenecido a mi madre. Olivia se retiró pronto de la mesa, así que Anaíd y yo salimos a la calle a ver a la gente pasar. La mayoría venían de la fábrica. Los hombres, que trabajaban en la mina, volvían tarde, pero las mujeres de la corte del rey regresaban pronto.
-¡Selena, Anaíd!
  El que saludaba era Mauro, un amigo nuestro que ya trabajaba en las minas. Nos saludó con su mano negruzca del carbón, así que Anaíd y yo sacudimos las manos también. Mauro ya tenía 14 años, y llevaba trabajando un tiempo. No era muy alto, pero cómo sus brazos parecían mazas, no había muchas personas que se metiesen con él.
  Cuando se fue, una gota nos cayó en la cabeza. Y luego otra, y otra más. Entramos a tiempo de  oír un estrépito proveniente de la gran sala del primer piso. Al llegar apresuradamente, Anaíd y yo observamos cómo Olivia dejaba caer un cuadro. Era una pintura realmente hermosa, de una mujer de pelo lacio y rubio, con los ojos azules. Una llave colgaba de su cuello, y un libro estaba apretado contra su pecho. Olivia observó una puerta oculta en la madera, cuyo pomo se escondía tras el cuadro. La abrió con sumo cuidado, dando paso a una sala muy estrecha y oscura.
-¿Mamá?
  Olivia se volvió con un sobresalto. Sus ojos estaban desorbitados, pero sus manos ya no temblaban tanto.
-¿Qué es eso?
-Ni idea, la encontré hoy. Me pone realmente nerviosa.
  Ahora que su estrés cobraba sentido ante mí, asomé la cabeza a la sala y alargué las manos, sintiendo una hebilla con cerradura, y unas bisagras de puerta. Observé la llave que tenía por colgante, la arranqué con un chasquido y la metí en la cerradura, que comenzaba a hacerse más visible ante mis ojos, que ya se acostumbraban a la oscuridad. Era pequeña y metálica. Anaíd y Olivia se quedaron detrás, mientras yo la forzaba con mi llave de madera, que hacía crujir el mecanismo. Con un chasquido, la hebilla cayó al suelo, y Anaíd soltó un chillido.
-¡Anaíd, chitón!
  Tiré del asa, que hacía chirriar las bisagras de la puertecita. Cuando ésta se abrió, metí la cabeza por el huequecito y palpé lo que tenía delante. La pared era rugosa, con hendiduras y protuberancias abultadas. El polvo me manchó las yemas de los dedos.
-¿Y bien, qué ves?- me preguntó Olivia desde el exterior.
-Absolutamente nada. Anaíd, pásame una vela.
  Las temblorosas manos de la chica me pasaron un candil encendido. Iluminé la estancia. Dorsos de cuero y letras polvorientas brillaron a la luz cálida de la llama encendida. Las arañas se refugiaron en sus telas, aunque la mayoría se deshacían.
-¿Selena, qué hay?
  Tartamudeé, porque hasta yo podía saber lo que nos habíamos encontrado.
-Li-libros. Son libros.
  Oí un golpe, probablemente Anaíd, que se habría desmayado (como ya he dicho, se estresaba con facilidad). Salí, con el pelo y los ojos cubiertos de telarañas. Como me imaginaba, Anaíd estaba tirada en el suelo, abanicándose la cara, pálida y los ojos verdes muy abiertos.
-Libros, ya lo que nos faltaba. Libros.
  Olivia metió la cabeza en el hueco e izó su vela. De nuevo, el cuero de los tomos brilló. Sacó uno de ellos, ancho y negro.
-Julio Verne, “La vuelta al mundo en 80 días”.
  Saqué dos más.
-“Alicia en el país de las maravillas”, “Cinco semanas en globo”. ¡Son geniales, mi madre me los contaba de niña! ¡Mirad, “El maravilloso mago de Oz”!
  Anaíd se acercó y cogió uno muy fino, aunque empezó a temblar tanto de puro pavor, que se lo quité y lo ojeé, sintiendo las hojas entre mis dedos. Olivia guardó los suyos rápidamente, me arrancó los míos de las manos, los metió en su sitio, cerró la puerta con la llave, la puerta exterior y colocó el cuadro en su sitio. Me tendió la llave y me la puso entre las manos, temblando de rabia.
-¡Oli! ¿Qué haces?
-¡Mañana vienen a revisar la casa! Si encuentran esto, nos matarían por lectura en el reino. Alta traición. Mantened el secreto, al menos hasta mañana por la noche.
  Las revisiones. Era lo normal. Miré a Anaíd, que parecía tan preocupada como yo. Cuando en una casa una niña o niño cumplía los catorce, se le hacía una revisión a todo su ambiente en general para situarle en un puesto de trabajo adecuado. Yo cumplía 14 años al día siguiente, y Anaíd una semana después. Por tanto, un guarda de palacio vendría, revisaría la casa y nos adjudicaría un puesto, y se iría como si nunca hubiese estado allí. Aunque, si encontraba los libros, nuestro futuro iba ser acabar chamuscadas en una hoguera delante de todo el pueblo. Olivia nos cogió de los hombros con los ojos llorosos.
-Todo irá bien. Ante todo, no volváis a coger los libros, ¿entendido?
  Siendo sinceros, lo normal es que cuando te prohíben algo, te entran más ganas de hacerlo. Por ejemplo: “No chupes bolis”. Pues tú, vas y chupas bolis hasta que se te ponen los dientes azules. Eso fue lo que le pasó a Anaíd esa noche. No era lo que se decía una niña muy curiosa, pero tendía a ponerse muy nerviosa cuando el miedo le prohibía hacer algo. Como, por ejemplo, leer un libro. Oí pisadas que hacían crujir el suelo. Como tengo el sueño ligero, abrí un ojo, y la vi caminando por el pasillo hacia la sala grande. Me incorporé y le seguí, sigilosa como un gato. Ahora no me cabía duda de que iba a abrir la puerta de los libros. Me palpé el pecho y me di cuenta de que mi llave no estaba y colgaba de la mano de  Anaíd. La puerta chirrió cuando la abrió. Yo la seguí adentro. Cuando vi que dejaba el cuadro en el suelo, pisé fuerte para que me viese. Ella se giró, y me vio allí de pie.
-Anaíd, no lo hagas.
-Sé lo que me hago Selena, vuelve a la cama.
  La miré de arriba a abajo. Sus ojos me decían que no iba a aceptar un no. Le hice un gesto con la mano para que viese que me tenía sin cuidado y volví sobre mis pasos. A mí, con tal de que no se metiese en un lío, me daba igual. Me metí en la cama y miré el reloj. Eran las 6 de la mañana. Como Anaíd no se diese prisa en leer, Olivia podría pillarle. Recé porque no pasase eso. Apoyé la cabeza en la almohada y me dormí. Aunque volví a despertar al poco  por culpa de Anaíd. Me sacudía por los hombros y estaba llorando.
-¡Me he cortado, Selena, me he cortado!
  Mis sentidos de hiperactiva se dispararon. Me erguí y le miré el dedo. En efecto, un corte lleno de sangre se le había abierto. Un corte característico del papel. Intenté limpiarlo con mi camisón, pero la sangre continuaba brotando, cálida y fría al mismo tiempo. Anaíd sollozaba. Su pijama estaba empapado en sangre. ¿Cómo podía haber armado tanto una mísera herida? Pero era un corte muy profundo. Normalmente, una tirita valdría, pero el inspector no iba a pasar de largo un corte ensangrentado en la mano delicada de una niña pálida y cayada. Era posible que lo pareciesen, pero los guardas no eran imbéciles. Traerían a los perros, que seguirían el rastro hasta los libros prohibidos de la guarida. Y como mínimo, matarían a Anaíd.
-Hay que decírselo a Olivia.
  Por una vez, no respondió. Olivia tardó lo suyo en espabilar, porque no era persona hasta que se tomaba una taza de café. Pero al ver la herida y oír el relato, incluido el detalle de que yo le había permitido hacerlo, nos dio una charla de las largas (del estilo de que tenía que cortarnos las manos, que si menudos elementos, bla, bla, bla…) e hizo amago de estrangularnos. Cuando por fin se calmó, tomó aire y desapareció por la puerta. Al poco tiempo volvió cargando con dos mochilas enormes de color caqui.
-Bien. Esto es lo que vamos a hacer. Si tenemos suerte y el inspector no encuentra la herida, seguiremos con la vida normal, y quemaremos los libros. Si la encuentra, quiero que os disculpéis un momento y aprovechéis para huir.
-Hum, ¿a casa de tía Arla?
  Tía Arla, la hermana mayor de Olivia. Era una mujer gorda, algo gruñona y patosa, en cierto modo, aunque en el fondo (de un pozo seco) nos tenía cariño.
-No, del país. Estamos en el país de los libros prohibidos, libros que tenemos nosotras. Los he metido todos aquí. Nada de preguntas, en cuanto pueda, me llevaré a Arla y os alcanzaré. Tenéis dinero para el peaje. Buscad a Diana, es una vieja amiga mía. Por eso te llamé así Anaíd, porque fue ella la que nos dio esta casa. 
  Hasta ese momento no me había dado cuenta, pero era verdad que Anaíd era el nombre Diana al revés. De todas maneras no dije nada. Olivia nos explicó que Diana había pertenecido a una familia rica que había podido permitirse pagar el peaje, porque estaba segura de que recaudar esa bolsita de oro para pagar, le había costado mucho. Nos enseñó una foto de Diana para que pudiésemos reconocerla. Era alta, de piel bronceada, ojos verdes oscuros y el pelo castaño en unos preciosos tirabuzones.
-No os detengáis hasta llegar a la frontera. Coged a los caballos del establo y no os paréis hasta que el tejado de la iglesia desaparezca. Ahora id a prepararos, el inspector llegará en breve.
  No me gustó nada lo de arreglarme, porque Oliva nos había dejado unos vestidos raros típicos de palacio, y yo no soporto nada que tenga que ver con faldas, vestidos y cosas de niñas mimadas. Ni vestiditos monos ni nada por el estilo; unos vaqueros de toda la vida, una camiseta de tirantes oscura con una cazadora por encima y unas deportivas, y tirando que es gerundio. Anaíd asintió al verme e hizo amago de cambiarse ella también, pero no le dejé, porque ese vestido que llevaba azul le quedaba realmente bien. Antes de que pudiera protestar por no dejarle cambiarse, sonó el timbre. Nos precipitamos escaleras abajo, mientras Olivia abría la puerta a un guarda. Era un hombre bajito y regordete, de pelo blanco y que parecía un principito de Bequelar al que valía más la pena saltar que rodear.
-Buenas.-dijo con una voz aguda de niño pequeño, solo que algo más rara y que sonaba a falsete.- Soy Florencio de la Rosa Margarita de la Guardia vietnamita, al servicio del rey Eduardo XXIIII y la reina Margarita XXIX.
  No os voy a mentir, me perdí con su nombre después de Florencio. Olivia hizo una reverencia muy cordial y nos presentó. Anaíd se inclinó también, y yo intenté copiarla con cierta torpeza. Florencio nos repasó con mirada crítica y luego nos pasó de largo. A una velocidad rara para sus mini-piernas, recorrió toda la casa en menos de 10 minutos, sin saltarse nada. Miraba de mala manera cada motita de polvo y tomaba nota. Anaíd se masajeaba el corte con cautela y me lanzaba miradas de pánico cada vez que Florencio nos miraba ceñudo.
-Bien, ahora pasemos a la sala grande del fondo.
  Anaíd soltó un gañido de nerviosismo, así que le metí un codazo en las costillas para que se callase.
-¿Selena, ocurre algo?
Bajé la cabeza hacia Florencio.
-No, nada.
-Bien, continuemos.
  Florencio dio unos saltitos para alcanzar el picaporte, pero no llagaba. O bien porque los saltos eran demasiado cortos o porque él en sí era demasiado corto. Le hizo una seña a Anaíd, que se acercó lentamente, como si caminase hacia su ejecución y extendió la mano hacia el picaporte. A medio camino, Florencio le agarró la mano de la herida con brusquedad.
-¡Y esta herida de aquí, es evidente que es…!
-¡De la cocina! Sí, el otro día Selena y Anaíd me ayudaron con la comida y mi hija se cortó. No es muy buena con las herramientas.
-¿Se cree que soy imbécil?- mejor no respondíamos a eso-¡Es un corte de papel, de libro para ser más concreto! Eso es ilegal, señora Harold.
-Señorita.
-¡Lo que sea! No me fío. Traeré a los perros.
  Anaíd se echó a temblar del pánico que estaba sufriendo, así que le abracé. Detrás de Florencio, Olivia hizo un leve movimiento con la cabeza. Obligué a Anaíd a estirarse y me encaré al guisante con peluca que nos miraba furioso. En serio, se había puesto verde de la ira.
-Me la voy a llevar a tomar el aire, no parece que se encuentre bien.
  Al pasar por delante del guarda, le tiré sin que él lo viese todos los papeles. Olivia y Florencio se agacharon, así que aproveché y salí disparada con Anaíd. Recogimos las mochilas y corrimos fuera, hacia los  establos. No había muchos caballos, solo tres. Uno color marrón rojizo estaba tumbado sobre la paja. Una yegua blanca y otra negra estaban pastando en el prado.
-Coge al que quieras. 
-Bayo, el de mamá es el que más corre. ¿Tú cuál?
-¡Tenemos otros problemas, Anaíd!
  De todas maneras, cogí a la yegua blanca y la espoleé hacia delante. Anaíd trotaba delante de mí. Aunque, apenas unos segundos después, oímos las sirenas que alertaban de huida de bandidos. La yegua negra que continuaba en el prado se encabritó y salió corriendo, mientras una columna de humo se elevaba de la mansión. Oíamos los gritos angustiados de Olivia, que se asfixiaba dentro del fuego. Sus toses cargadas de dolor nos llegaron a los oídos como veneno puro. Estaba gritando nuestros nombres, aunque no pidiendo socorro: nos pedía que huyéramos.
-¡Mamá!
  A Anaíd se le saltaron las lágrimas y giró a su caballo, decidida a volver a atrás.
-¡No! Anaíd, no podemos. Sí vuelves, solo conseguirás que te maten a ti también.
-Pero, mamá…
-Yo también querría volver, pero Olivia lo habría querido así. Vamos.
  Cerró los ojos, murmuró un lo siento lleno de pena y salió corriendo. Los gritos de Olivia se detuvieron. No sabía si por la muerte o porque había intuido que su hija estaba a salvo.
-Te quiero, Olivia, gracias- le dije a la humareda blanca. 
  Espoleé a mi yegua y corrí tras Anaíd, que ya había llegado a la cabina metálica que era el peaje. El guarda le apuntaba con un arma. Hasta que caí que era yo la que llevaba el dinero, no entendí porqué.
-¡Espere!
  Le tendí un fajo de monedas de oro, que el hombre aceptó de buena gana. Pasamos corriendo la frontera. Al otro lado del verde valle que se extendía bajo nosotras, había una ciudad.
-Ahí, ¡corre!
-¡Deteneos!
  El que gritaba era Florencio de la Rosa Margarita etc, etc…, que iba montado en un poni que parecía frustrado por llevar ese peso encima. Llevaba un arma dispuesta.
-¡Anaíd, corre!
  Y así lo hicimos. Salimos disparadas colina abajo, con los disparos de los hombres del rey tras nosotras. Llegamos a un río, y los caballos se volvieron locos. No iban a poder saltar.
-¡Ahí!
  Anaíd me señaló un puente que cruzaba el río. Los caballos galoparon sobre la madera. Cuando mi yegua pasó, el débil puentecito se desmoronó entero. Anaíd y yo no nos paramos a observar los escombros y corrimos por las calles. Una mujer miraba nerviosa por la ventana, y al vernos correr sobre el pavimento nos hizo señas. Era alta, de ojos verdes y pelo castaño y rizado. Debía ser Diana.
-¡Selena, Anaíd, aquí!- aun hoy en día no puedo entender cómo podía conocer nuestros nombres si era la primera vez que nos veía. Probablemente, Olivia le habría mandado una carta, o Diana ya sabría de nuestra existencia y de nuestra huida.
  Nos las apañamos para meter a los caballos por la puerta, que cerramos a cal y canto. Estábamos tan nerviosas, que no vimos lo hermosa que era la ciudad. Solo nos precipitamos hacia la ventana. Los hombres del rey seguían allí.
  Pero sus armas no nos alcanzaban.
  Sus leyes tampoco.
  Olivia había dado su vida por sacarnos de allí.
  Había dado su vida por sacar a Anaíd, a los libros y a mí de allí.
  Había dado su vida por sacar lo que más le importaba del país de los libros prohibidos.

Autora: Alba García Vega, 1º ESO A

ACCÉSIT

ODA OFFLINE

Momentos hay
 en los que la tecnología,está de más.
Ahora casi todo es virtual.
 El objetivo es conseguir más megustas en Instagram, 
más seguidores en Twitter, más preguntas en Ask,
 más  grupos en Whatssap, 
¿Eso es ser popular? 
¡Pues menudo batallar!  
dependemos de un cristal, 
de móvil o de iPad ¿Qué más da?
Que poca libertad. 
Las máquinas acaban con la Humanidad. 
¿Una pachanga en la chancha?
¡Qué va! Voy a hacer selfiles para Instagram  
por cada 100  amigos en Facebook, tenemos 4 de verdad. 
¿Para qué jugar en la calle si se puede desde el sofá? 
Luego os asustáis de que haya obesidad.
 Cuesta reconocer que  no podemos estar 
sin la pantalla desbloquear.
Y va bajando la edad,
 niños de 7 años que ya tienen Whatssap
y en otras partes del planeta
vivos no llegan a esa edad.
¿Qué ha pasado con los libros?
¿Dónde están?
¿Es que ahora los escritores escriben por chat?
¿O es que a ti solo te entretiene el  Ask?
¡Oye! Que hay cosas maravillosas más allá
del mundo virtual, 
solo hay que abrir los ojos
ya verás que libertad.
Aprovechemos el tiempo que se va 
y que ya no volverá.
Vivir tu  vida
antes de escribir en Twitter tu biografía.

Autora: Carmen Fernández Casal, 2ºESO B













sábado, 1 de noviembre de 2014

Premios Concurso Literario

Ya hace más de un mes que hemos empezado el curso pero todavía comenzamos ahora la publicación en este blog debido al mucho trabajo que se lleva a cabo en el inicio de curso y a las pocas personas que debemos hacerlo, o sea a "los recortes".
Por eso lo primero que queremos  enseñaros este curso son  los relatos premiados en el Concurso Literario del pasado, ya que son la mejor muestra posible de cómo nuestro alumnado lee y escribe como si fuera "profesional" y reflejando claramente la diversidad y variedad de la sociedad actual.
Y lo haremos en varias entradas. Aquí va la primera entrega, con los ganadores de Bachillerato:



PONGAMOS QUE HABLO DE MADRID

MADRID SOMETIDO A LA MEMORIA.
¿Te has parado alguna vez a ver los colores que estallan en Madrid cuando, al salir del metro en una tarde otoñal, el sol se va? - Joaquín Sabina.

Eres mi casa, Madrid: mi existencia, ¡Qué atravesada! - Miguel Hernández.


Al amanecer la promesa del blanco sucede al negro de la larga noche. Al amanecer el aire puede llegar a morderte. La realidad cruda e imprecisa de la madrugada corona los tejados de las grandes ciudades. Al amanecer Madrid es consciente de una especie de quimera, de falso tiempo, de individuos extraños envueltos en un abrigo color camel. Personajes de películas en blanco y negro propias de la década de los años cuarenta. Al amanecer Madrid no ha conseguido ser Madrid del todo.

Salí de la facultad apresurado. Nunca sabía el porqué de mi prisa. Debe de ser que aquí siempre hay algo que hacer, o que la naturaleza de esta ciudad hace que las prisas te dirijan. Sí, debía de ser eso, porque yo en Santander llegaba tarde a todos los sitios y me encantaba disfrutar de mi ciudad a mi antojo, respirar el aire del nordeste y no sentir ninguna carga a mis espaldas.


Madrid me traslada a las escenas de mi infancia. Mi madre había nacido aquí. Un buen día, mi padre, Martín Fernández, cántabro de pura cepa y cabo en el servicio militar de la Sierra de Guadarrama se topó con ella, Laura María Sagasta. Su encuentro tuvo lugar en el funicular de la casa de Campo, donde todos los quintos de la época disfrutaban de su tarde libre y se deshacían de la fuerte disciplina impuesta en el cuartel. Un año y tres meses tardaron en casarse, en la Catedral de la Almudena, y más tarde vivieron en un piso de la calle de Alcalá, uno de los cauces más frecuentados de la capital. Mi padre no pudo resistir viviendo lejos de su tierra, de su norte, de su verde, y finalmente consiguió convencer a mi madre para instalarse en Santander, donde más tarde nacería su único hijo, yo.

Desde que tengo uso de mi conciencia recuerdo que todos los años nos subíamos a un Talgo para visitar a mi abuela Águeda. Ella nos invitaba en mayo con la escusa de disfrutar de la Feria de San Isidro, una fiesta donde los madrileños se reúnen para bailar, comer rosquillas y tirarse bajo la sombra de un árbol. A través de estas visitas intenté comprender el carácter de la sociedad madrileña. Pude aprender que ser madrileño significaba heredar dos cosas: la capacidad de beber agua del grifo y el carácter popular de una sociedad a la que no le importa de dónde vengas. Nuestra visita duraba cinco días y tratábamos de estirar el tiempo improvisado y caprichoso. Disfrutar cada minuto de alegría y plenitud.

La abuela vivía en una torre de ladrillo rojo de la Castellana, el verdadero río de Madrid. Sus dos orillas eran para mí una verdadera galería arquitectónica del siglo XX. La dolorosa razón que supuso su contraste fueron los incesantes bombardeos que cayeron durante casi tres años sobre la ciudad, y que lograron arrasar del todo el paisaje ameno de palacetes elegantes y ajardinados. Más tarde la especulación urbanística sería la encargada de rematar la faena. Todavía hoy soy capaz de recordar cómo desde la terraza de un décimo piso vislumbraba el conjunto de tejados y cúpulas que poblaban la ciudad madrileña.

También recuerdo con nostalgia -como si mi memoria fuera una caja de metal bajo la propiedad de un niño de diez años, cubierta por fotos de vaqueros del Oeste y cromos de la última liga- las mañanas en las que las dos mujeres de mi vida me llevaban a ver escaparates situados en lo que ellas denominaban ''El centro de Madrid''. En la Gran Vía había tiendas donde podíamos encontrar todo en cualquier época del año, por muy peculiar que fuese lo que pretendíamos conseguir, y así lo contaba mi abuela. En la calle Hortaleza, la zapatería desprendía olor del pegamento de color del caramelo. El ultramarinos de la Calla Barquillo esquina con San Marcos resistía al concepto de progreso que no llegaba a superar la dignidad de la tendera. En la Puerta del Sol, la pastelería La mallorquina continuaba elaborando los famosos caramelos de color morado y las pastas de té como encomendaba la tradición.

Todo en armonía había sido testigo de la infancia de mi madre, y ahora consolidaba un pasadizo entre la ciudad que mi mente albergaba en la memoria y la ciudad donde ahora vivía.

Fui paseando hacia la parada del metro de la Ciudad Universitaria con Juana, una granadina dos años menor que yo que vivía con su padre y su hermana en Madrid desde que tenía nueve años. Ella era aficionada a la fotografía y estudiaba segundo de periodismo. Era una especie de bohemia enamorada del Madrid de la restauración, el escenario de las novelas de Valle-Inclán.
Entramos en la boca del metro y sentimos una bolsa de aire caliente en nuestros rostros.
-Odio este aire caliente, casi se puede masticar. Me dijo.
-¿Qué linea vas a coger, Juana?
-La seis como tú.
Nunca le había visto coger el metro para volver a casa. Yo sabía que siempre volvía en el autobús universitario porque no le debía de gustar mucho el metro, le daría claustrofobia o algo parecido. En cambio a mí era una de las cosas que más me gustaba de las grandes ciudades.
- Me bajo en Legazpi, que está a tres manzanas de mi casa ¿Tú?
-Yo me bajo en Plaza de España, es la parada que mas cerca está del apartamento
que comparto. Le dije.
- ¡No sabes la suerte que tienes de ser independiente! Cada vez soporto menos a mi
hermana y a los horarios de mi padre.
-No te pierdes nada. Yo echo muchísimo de menos la comida casera de mi madre ¡ Soy un desastre! Siempre tengo que ir con la ropa arrugada y mejor no te cuento como cocino... Además, muchas veces me tengo que ir del apartamento porque mis compañeras de piso tienen la música a todo trapo y soy incapaz de concentrarme frente a los apuntes.

Era hora punta, por lo que el andén estaba repleto de universitarios. Cuando llegó el metro las puertas formaron un embudo humano. Por suerte Juana y yo cogimos dos sitios y fuimos hablando durante los diez minutos que duraba el viaje hasta mi parada, mientras ella revisaba unos apuntes de uso de la información.
- Tú cuando acabes la carrera ¿Qué piensas hacer? -me preguntó.
-Pues no tengo ni idea, sueño con ser presentador de un programa de Televisión Española por las tardes, pero más bien me conformo con ser colaborador de momento.
-Pues yo no estudio periodismo para acompañar las horas de la siesta hablando de la basura de la corrupción. Yo quiero aprender de la experiencia, ser reportera de guerra, recorrerme todos los conflictos bélicos con una mochila y una cámara por compañeros. Quiero viajar y contarle a los españoles el drama que se vive en algunos lugares del planeta.

El metro fue deteniéndose y un foco de luz nos deslumbró. En los carteles de la estación de metro pude leer Plaza de España.
-Bueno Juana, me tengo que bajar que ya hemos llegado, y acuérdate, cuando tengas dudas con alguna asignatura me puedes llamar al apartamento.
-Muchas gracias Gonzalo, no dudes que lo haré.

Cuando las puertas del vagón se abrieron, me bajé rápidamente escapando de la gran masa humana que se disponía a subir. Ascendí a la superficie por las escaleras mecánicas que ese mismo día habían inaugurado en la estación.

Ya era hora, pensé, odiaba subir escaleras y más cuando volvía de las clases cansado.

Nada más salir de la estación la monstruosidad del Edificio España me sorprendió, para mi era el monumento más impresionante de toda la ciudad. La Torre de Madrid -el edificio de hormigón más alto de Europa durante mucho tiempo- también me gustaba, pero no tanto como su vecino. La plaza de España era uno de mis rincones favoritos de Madrid. Me encantaba tumbarme en la hierba bajo la estatua de Don Quijote al atardecer, a leer una novela o simplemente a repasar para el examen del día siguiente.

Eran ya las nueve en punto y empezaba a helar, por lo que me decidí ir en dirección a casa. Observé el bullicio de turistas por Gran Vía que no cesaba ni en otoño y me adentré en las calles paralelas.
Yo compartía piso en la calle Fomento, muy cerca de El Senado, ese edificio del que todos los españoles nos preguntábamos para qué servía. En la calle había construcciones de todas las épocas, hasta del siglo de Oro. Yo vivía desde hace tres años en un pequeño bloque pintado de color salmón con terrazas abalconadas.

El portal era excesivamente estrecho, con lo mínimo, cuatro buzones y la bicicleta de una de mis compañeras encadenada a la barandilla de madera.

Nada más entrar me topé con nuestra casera que se disponía a bajar la basura.
-Buenas noches Doña Pilar ¿Qué tal le ha ido el día?
-Pues como siempre hijo, nada fuera de lo normal ¿Qué se puede esperar del día a día de una pensionista? En cambio, a ti Gonzalo te noto cara de cansado.
Me tocó la frente con su mano derecha. La verdad es que Doña Pilar desempeñaba el papel de madre en funciones muchas veces, tanto conmigo como con mis dos compañeras.
-Creo que has cogido algo de frío, tómate un vaso de leche caliente con una aspirina y métete en la cama. Y a ver cuando te echas una novia ¡Qué seguro que te cuida mejor que yo!
-Para eso Doña Pilar me vuelvo al norte con mi madre, y de novias nada que luego sólo me traen problemas.
-¡Ay hijo! No seas tan despegado y haz caso de lo que te dice una.

Nos despedimos y ella siguió bajando mientras yo subía. El apartamento que teníamos alquilado estaba en el primer piso. Cuando llegué a Madrid con una mano delante y otra detrás tenía en la mente quedarme en la residencia de estudiantes de la Ciudad Universitaria, pero el primer día que llegué lo primero que hice fue ir a dar una vuelta por el Madrid de los Austrias y en el escaparate de una tienda de zapatos de toda la vida había un cartel en el que se anunciaban habitaciones en un piso cerca de la Calle de la Princesa con Gran Vía. Contacté con Doña Pilar, me lié la manta a la cabeza, recogí mis maletas y hasta hoy.

El edificio era de la época de la Segunda República, concretamente de 1932, según el mensaje que rezaba una inscripción en la fachada. A pesar del paso del tiempo se conservaba muy bien, pero el tejado había sido arreglado varias veces a petición de un técnico del ayuntamiento, o eso me había explicado Doña Pilar. La fachada era sencilla, pero sin rozar lo aséptico. Lo que más me gustaba eran los ornamentos a la altura del primer piso, una especie de figuras barrocas que resaltaban sobre el relieve. El bloque contaba con tres viviendas repartidas en diferentes plantas. En el primero vivíamos yo y mis dos compañeras, Marta y Arancha.

Marta era una madrileña que tenía mi edad. Treinta años atrás podía haber pertenecido al movimiento hippie que rechazó la Guerra de Vietnam y todos los fundamentos del mundo occidental. Aunque la verdad conservaba tintes de la época, ya que se pasaba el día escuchando canciones protesta de Lluis Llach y Victor Jara. Era militante del Partido Comunista e intercalaba sus estudios de Filología Hispánica haciendo cinturones de cuero y collares que vendía en El Rastro los domingos.

En cambio, Arancha tenía un año más, era de Vitoria y estudiaba Empresariales por estudiar algo, porque no tocaba un libro en ningún semestre y ya había repetido un curso. Era de buena familia y sus padres le habían enviado a estudiar fuera del País Vasco porque no la soportaban. Llevaba mucho maquillaje siempre, pero tenía poca personalidad. A sus padres no le gustaba nada que compartiera un piso en el centro de Madrid, y menos con una ''antisistema'' como Marta y un estudiante de periodismo como yo.

El resto de la propiedad también era de Doña Pilar. Ella misma me había contado una larga historia que me había fascinado. El edificio había pertenecido a su abuelo que hizo fortuna en México y había construido varios inmuebles en el centro de Madrid antes de que estallara la guerra. Tras morir éste, su padre, un diputado socialista heredó todas las propiedades. Pero tras la victoria de los sublevados, ella con tan solo dos meses y su familia tuvieron que exiliarse en Francia. La desgracia no quedó ahí, el nuevo régimen amparado por una injusta ley se apropió de todas las posesiones. Tan solo pudieron conservar el edificio de la calle Fomento y un pequeño chalé adosado de carácter racionalista cerca del mercado de Barceló, donde la burguesía más culta llegó a vivir en algún momento.

El segundo piso era donde ella vivía. Se pasaba todo el día cocinando. Muchas veces me había bajado torrijas en almíbar o flores de calabacín rebozadas que estaban para chuparse los dedos. Todos los balcones de su casa los tenía a rebosar de plantas que alegraban la fachada. Una buganvilla de flores moradas trepaba por la tubería del canalón hasta el tejado. Lo malo es que con el frío ya se le habían caído hasta las hojas. El tercer piso era abuhardillado, tenía todos los muebles cubiertos de sábanas blancas y lo usaba a modo de desván.

Entré en el apartamento con unas infinitas ganas de darme una ducha de agua caliente, cenar algo rápido y meterme en la cama. Nada más entrar al salón, el olor a incienso me impregnó el olfato. Eso era señal de que Marta estaba en casa y de que Arancha no, porque cada vez que encendíamos una varita de incienso Arancha comenzaba a echar pestes y a decir que en su habitación se colaba olor a iglesia.
Al apartamento se entraba directamente por el salón. A la izquierda estaba la cocina semidesnuda, con unos muebles de color azul piscina, una encimera de gas con un horno que nunca habíamos usado y nada más que una cafetera y una nevera.

El salón tenía un empapelado de los años sesenta totalmente, con un sofá de polipiel, también de esa década, y una simple estantería repleta de mis libros y los de Marta. Un estrecho pasillo distribuía nuestras tres habitaciones parcheadas cada una a nuestro gusto, y al fondo estaba la puerta entreabierta del baño. Tras de sí, se podía observar la puerta de la lavadora, y la ridícula cortina con dibujos de cangrejos que habíamos comprado para la ducha.

Cené lo primero que vi en la nevera, un yogur de fresa, y fui directo al baño, me desvestí, y me sumergí bajo la ducha dejando que las gotas recorriesen mi cuerpo lentamente y evitando pensar en todo lo que tenia que estudiar para antes de Navidad. De esta forma evitaba estropear el mejor momento del día. Salí del agua me cubrí con una toalla blanca con dos iniciales rosas de un juego que nos había dejado Doña Pilar. Cuando me conseguí secar, me perfumé con unas gotas de agua de colonia y me lavé los dientes, cosa que se me hacia eterno y más cuando tenía sueño. Salí corriendo por el pasillo hacia mi habitación y me metí en la cama, en mi refugio, tan lejos de la realidad y a la vez tan cerca...

Escuché un ruido, el despertador, pero nunca lo asociaba con el momento que bajo mi juicio era el peor de la mañana. Pero ese día estaba de suerte, era sábado, y por tanto no tenia que acudir a las clases, por lo que tenía todo el tiempo del mundo para disfrutar de las maravillas de la que ahora de una forma parcialmente definitiva era mi ciudad. Todavía para mí una mina de oro sin explorar, a pesar de lo que ya nos conocíamos.

Apagué el despertador con un torpe movimiento, y con un estiramiento de brazo alcancé la cinta de la persiana y la subí de golpe, dejando entrar toda claridad del sol de noviembre por la ventana de madera que estaba sobre mi cama. Permanecí unos minutos entre las sabanas pensando en cómo iba a gastar los minutos del mejor día de la semana, mientras observaba y analizaba cada uno de los elementos que había en mi diminuta habitación. En frente, la puerta con un póster de Alaska y los Pegamoides –Me había declarado fan durante mucho tiempo de la gran mayoría de los grupos de la movida, pero este era mi favorito, y lo guardaba con un cierto aprecio-. Justo al lado yacía un escritorio lacado en blanco sobre el que tenía un acuario enorme de diferentes peces que formaban un gran baile cromático. Al lado se amontonaban miles de hojas en blanco y apuntes bajo una marea de notas adhesivas en las que se podía leer: ''Tengo que organizarme'', repetidamente. Al lado un armario excesivamente simple a punto de explotar por toda la ropa que acumulaba en su interior. Sobre él, un espejo, o más bien un trozo de cristal sin rematar pegado a la puerta, . A los pies de mi cama un puf de cuero color rojo que había comprado en El corte inglés de la calle Preciados y que me había costado tres mil pesetas seguidas de una bronca monumental de mi madre cuando se lo había contado por teléfono. “-¿Para éso te mando yo el dinero? ¿Para que lo malgastes en tonterías y luego tengas toda la ropa tirada sobre él?”

Y así era, en el puf de color rojo acumulaba toda la ropa a lo largo de la semana y era sólo el domingo, el día que ponía para mí la lavadora, cuando me podía tirar encima.

Al fin salí de la cama y me decidí a desayunar un par de tostadas con un zumo de naranja. Mientras tanto pensé en lo que iba a hacer ese día. Y finalmente me decidí: Iría a la cuesta de Moyano, al lado del jardín botánico, a curiosear entre tantos y tantos libros de todas las épocas, de todos los autores y de todos los estilos que nadie era capaz de imaginar. Allí había sitio para los libreros y aficionados de todos las ideologías. Gracias al artículo de un prestigioso escritor en un suplemento dominical, descubrí este fascinante hueco en el corazón de Madrid.

Disfrutaría de la mañana allí y después me iría al pulmón de la ciudad, El Retiro, donde pasearía hasta la hora de comer, volvería casa y seguiría estudiando hasta la hora de salir por la noche sin ningún tipo de preocupación.

La ciudad en la que vivo es hermosa, pero ella no lo sabe. Su belleza es completamente secreta, agitada e incluso arisca. Es una ciudad difícil, amante de las muchedumbres y del caos, que se enamora de las calles repletas, de los bares y tascas llenas de botellas.

Goya supo pintarla como nadie lo hizo, pintar su luz y sus tinieblas como si las pintara de la nada. Galdós, hijo adoptivo de esta plebeya ciudad, fue capaz de describirla como tampoco lo hizo nadie, reflejar su gloria y su miseria y recrear las tumultuosas calles gracias a los personajes de Fortunata o Jacinta , uno de los libros que más me han marcado hasta ahora.

Ocurrió como había pensado. Pasé la mañana tal y como había pensado, y estaba contento con las dos compras que había hecho: un libro de Agatha Cristhie de tapa rústica que contenía tres títulos:Muerte en el Nilo, Las Manzanas y Asesinato en el Orient Express. Y junto a este volumen una edición decimonónica de La Regenta deClarín que me había llamado la atención.

Más tarde me adentré en la jungla de Madrid o también, otro de los escenarios de lo que había sido mi infancia junto a mi abuela Águeda. El Retiro me inspiraba un momento concreto, una tarde especial. Mi abuela y mi madre me llevaban de la mano a ver la Casa de Fieras. Después ellas tomaban el vermú en una terraza situada al margen del estanque, y yo podía disfrutar de lo que para mí era un manjar de Dioses: mojar patatas fritas en un vaso lleno de Coca-Cola.

La noche llegó muy pronto, y con ella el momento más feliz de la semana. Recordé que había quedado con mis compañeras de piso y tres amigos más en Tirso de Molina para disfrutar del encanto de la noche madrileña.

Hay ciudades a las que la noche desnuda por completo. Hay ciudades que duermen, que se apagan al desaparecer el sol o que descansan tras caer rendidas. Ciudades que mantienen un cierto respeto a los horarios de su gente.

Definitivamente, desde que disfrutaba de su encanto me di cuenta de que Madrid no pertenece a este grupo. La noche la enjoya, la viste y la maquilla. La estrena a cada atardecer. Está claro que no es una ciudad como otra cualquiera. No es una más. Una de aquellas que tras llegar la noche se transforman en un triste escenario, una triste imitación de lo que puede llegar a ser la vida. Madrid es grande y hermosa, de noche y de día. Respeta a su gente. Es acogedora por naturaleza y no se deja doblegar por nada. Madrid no tiene nada espectacular, nada que deslumbre, pero tampoco tiene nada que envidiar a muchas otras ciudades. Como dijo Gómez de la Serna, Madrid es la improvisación y la tenacidad.

FIN 


AUTOR: Guillermo Piquero Jiménez- 1º A Bachillerato



Y

Divididos

                Miré a mi izquierda para observar al otro lado de la ventana y todo lo que vi fue un cristal empañado. Vapor de agua que en contacto con el frío cristal se condensaba formando diminutas gotas. Pasé mi mano por la superficie para ver lo que había al otro lado. La miré un segundo, ahora ligeramente mojada, llena de pequeñas partículas de H2O y sus enlaces polares correspondientes. Aquí todo el mundo sabía eso, era algo básico que nos enseñaban nada más pasar la Ceremonia. Volví a mirar al exterior, fuera del edificio en el que me encontraba. Aquí, en las periferias, la mayor parte de las instalaciones eran laboratorios. Nadie quería vivir aquí, tan cerca del límite, al lado de ellos.

                Y ese límite era el que me interesaba.

                Llevé mi mirada un poco más allá, hacia ese muro imaginario que ambos, tanto una parte como la otra, habíamos construido hace ya mucho tiempo. Era un espacio de unos diez metros que estaba vacío, tierra de nadie. Más allá pasaba. Ni venían ellos aquí ni íbamos nosotros, sería deshonrar la decisión que tomamos en la Ceremonia. Pero a mí, al contrario del resto del mundo, me interesaba lo que había al otro lado.

                La gente no era como aquí. Tampoco hacían lo que hacíamos nosotros, ni pensaban de la misma manera. Sus casas eran distintas, incluso conducían por el lado contrario. Miré más allá, sonriendo al ver sus vidas. Podía observar sus salones a través de las ventanas. Eran cálidos, llenos de libros y sillones donde se sentaban a leerlos y analizar lo que significaban. También había una enorme biblioteca algo más alejada, cuyo edificio sobresalía en el horizonte. Según algunos rumores, allí había toda la información que uno necesitaría para traducir un texto a cualquier idioma existente, así como documentos sobre lenguas muertas y los orígenes de estas. Tenían decenas de salas que relataban la historia del mundo y de todas las personas que  habían conseguido influir en él, junto a todos los cambios sociales que habían ocurrido desde hace miles años. Me gustaba observarlos, ver cómo entraban y salían de ese enorme edificio, y cómo leían sus libros a la luz del fuego en sus sillones de cuero rojo. También me gustaba ver cómo estudiaban los mapas, y cómo le enseñaban a los recién llegados la historia de las lenguas, de la política y de la sociedad.

                Ojalá pudiera estar allí, aunque fuera solo por un día.

                Me gustaba mi mundo, de hecho siempre me habían dicho que la Química era lo mío, y sin duda la Biología me encantaba, pero no quería quedarme ahí. Quería conocerlo todo, y quería saber qué hacían al otro lado. Quería leer sus libros y que me explicaran la historia del mundo tal y como lo hacían con los recién llegados. Quería que me contaran por qué había surgido la maldita Ceremonia y cuándo habíamos decidido dividirnos.

                Todos los adolescentes llegan con las ideas claras a la Ceremonia; yo no. Todos los estudiantes quieren dedicarse solo a un mundo; yo no. Parecía ser la única que quería saber de los dos, vivir en ambos, porque al fin y al cabo no somos tan diferentes. La gente no entendía eso. La separación era inútil, la Ceremonia era inútil, y los que defendían la importancia de ese muro inexistente eran unos inútiles. Todos los días me imaginaba lo que podría hacer si pudiera volver atrás, a cuando esto no era más que una idea inofensiva, para decirles que pararan. Para hacerles ver que no pueden separarnos de la manera en la que lo hicieron, porque crearían una imagen en la mente de los pupilos que luego ellos desarrollarían en el futuro de una manera mucho más radical. Les haría ver que el mundo no era blanco o negro, que había tonos intermedios. Había gente que quería estudiar Física y también Historia. Había personas a las que les gustaba la Biología y también el Latín. Había gente que no quería ser de ciencias o de letras, que solo quería ser persona.

                Les enseñaría que nos necesitábamos mutuamente, y que no queríamos vivir divididos.
FIN 

AUTORA: Ángela Martín Carranza 1ºC Bachillerato